Son incapaces
de controlar sus impulsos y lo ven todo negativo se diga lo que se diga, todo
les parece mal. Ven fantasmas por todos sitios, maniobras en su contra y
artimañas varias para quitarles el sillón. Y a todo esto los inoportunos
periodistas que no hacen nada más que molestar e incapaces de ver la excelentes
y buenas obras que han llevado a cabo los geniales mandatarios públicos en sus
cuatro años de dura y trabajada gestión.
Algunos de los
que se presentan a las urnas tienen la tendencia de culpar a los demás de sus
males y el chivo expiatorio suele ser esa prensa canalla que siempre ha sido un
elemento básico de la Democracia en países civilizados, excepto cuando dicen
cosas que no van encaminadas a destacar sus acertadas actuaciones públicas.
Los nervios que
se viven son de todo tipo y resulta complicado de hacer ver al señor político
que nadie es culpable de que, dentro de un partido, los que son compañeros se
peleen por un puesto de relevancia que le va a dar cuatro años de estabilidad
económica y relanzamiento personal en la sociedad a la que pertenece. Se
equivocan cuando piensan que el ciudadano no debe protestar y el periodista no
debe criticar. Cualquier puesto político es un préstamo de la sociedad a esa
persona que debe entender su estatus y, cuando le toca abandonar, debería de
agradecer el tiempo que le permitieron administrar a los demás. Hay algunos que
se equivocan y piensan que el Ayuntamiento es suyo, las cuentas municipales son
sus cuentas, las obras que realizan al frente de la administración son un
esfuerzo extraordinario personal y el dinero que reciben, siempre escaso para
tan gran trabajo, un nimio reconocimiento de la sociedad que les eligió.
Más de uno
debería tranquilizarse, tomar aire, pararse a pensar antes de tener un impulso
incontrolado que lo lleve a un desastre total: una vez disparada la bala ya no
se puede detener, lo mismo pasa con la palabra, cuando se pronuncia se abre
camino y va destrozando todo lo que coge a su paso.
El cargo de
político, como el de periodista, o el de bombero, tiene unos riesgos e
incomodidades que nadie desea, pero van con el propio trabajo y quien se presta
a adquirir esta responsabilidad debe entender que no existe cometido que solo
tenga halagos, parabienes, abrazos, palmaditas en la espalda y aplausos.
No conozco a
ningún político que se haya hecho eterno en el cargo, su poder es pasajero y
algunos terminan pagando sus excesos, solo tenemos que mirar a El Ejido que en
su momento tuvo dirigentes tan poderosos que no nacía la yerba allí donde
pisaban y hoy son simples vecinos que se les ve poco.
Nadie tiene la
culpa de que una obra faraónica en la que el político elegible ha depositado su
confianza termine siendo criticada en redes sociales por la masa de votantes.
Desgraciadamente, el pueblo es soberano y generalmente ofrece el aplauso cuando
no se reclama. De esto último tampoco tiene la culpa el molesto comunicador.
El periodista
tiene que informar sobre lo que pasa y cómo, pasa por mucho que le pese al
señor político que se presenta a las elecciones, aunque erróneamente considere
que está por encima de los ciudadanos, son estos últimos los que mandan.
José Antonio Gutiérrez