Santa
María del Águila es uno de los principales núcleos de El Ejido con una
población censada en torno a 12.000 habitantes. Desde que este núcleo se crease
a principios del siglo XX cuando se constituyó en torno a una venta de paso
denominada ‘Venta Cazurro’ en el cruce de la antigua Nacional-340 y el Camino
de Roquetas que va desde Dalías hasta La Algaida en Roquetas de Mar, solo ha
tenido dos o tres peluquerías como mucho y todas han convivido muy dignamente,
en algunos casos heredándose o traspasándose entre profesionales.
No
obstante, en los últimos años este tipo de negocios han empezado a
multiplicarse de forma extraordinaria y, en casi todos los casos, son inmigrantes
llegados de África los que optan por este tipo de negocio para afincarse en
este núcleo.
Es
evidente que un pueblo como este no necesita tantos establecimientos de estas
características y su proliferación no beneficia ni siquiera a los propietarios
de las mismas por la enorme competencia entre sí generada.
Todo
esto es fruto de una notable falta de regulación del comercio local. Es cierto
que hay libertad para poner todo tipo de establecimientos siempre y cuando se
cumplan con las normas. Hasta las farmacias parecen que se han liberalizado
después de mucho tiempo siendo tuteladas por la administración.
Otro
ejemplo del desorden del comercio local es lo que está sucediendo en muchos
núcleos donde la actividad económica crece o simplemente se mantiene muy
activa. Aquel pueblo o ciudad que da muestras de pujanza en su economía y su
padrón municipal crece es inmediatamente asaltado por los centros comerciales,
supermercados etc. Con la creación de estos grandes centros el efecto es
inmediato: caída total de las ventas en el comercio local que termina cerrando
poco a poco hasta que queda todo en manos de las grandes superficies.
¿Cuál
es el resultado final de todo este desajuste? Es muy sencillo y claro de ver.
Los locales del comercio tradicional cierran y como la tendencia es a seguir clausurando
más comercios, nos encontramos calles llenas de escaparates apagados, locales
olvidados, devaluados económicamente o en manos de nuevos comerciantes con
escasísimos recursos económicos que crean pobres establecimientos que sacados
del entorno general ofrecen una visión más próxima a la África profunda que a
la España actual.
Por
todo lo indicado hasta este punto creo que cambiar entidades bancarias, centros
residenciales para la tercera edad, bares, restaurantes, tiendas de ropa, una
notaría o una ferretería por peluquerías de veinte metros cuadrados solo es un
atraso para el antiguo propietario, para el nuevo comerciante, los vecinos del
núcleo y en definitiva para todo el municipio.
¿Qué
se debe hacer? No lo tengo nada claro, pero sí puedo afirmar que la peor de las
soluciones es la actual, basada fundamentalmente en no hacer nada de nada.
José Antonio Gutiérrez