Desde su publicación, la novela de Juan M. Fernández Millán y Francisco Hermida Bouzas ha roto todas las expectativas. Se ha convertido en el libro más vendido de Editorial Círculo Rojo en 2025, un fenómeno que pocos vieron venir y que, sin embargo, es tan natural como el eco de lo que un país nunca termina de silenciar. Porque hay heridas que no cierran, y hay nombres que, aunque no estén en las placas conmemorativas ni en los homenajes oficiales, siguen grabados en la memoria de quienes no han olvidado.
No es solo una cuestión de números. Decenas de ejemplares vendidos cada día gracias al novedoso y exclusivo sistema de distribución de Editorial Círculo Rojo, que goza de las mejores opiniones en el sector, un goteo constante de lectores que lo descubren, lo devoran, lo recomiendan. Lo llevan bajo el brazo, lo prestan, lo subrayan. En cada una de sus páginas hay un recordatorio de un tiempo que nunca debió haber sido y que, sin embargo, sigue proyectando su sombra.
Pero esta no es una historia sobre el dolor. No del modo en que algunos pueden imaginarlo. Llueve sobre Intxaurrondo no se recrea en la tragedia ni busca despertar nostalgias anquilosadas en el rencor. Es un relato sobre la resistencia, sobre la lealtad, sobre las decisiones que definen a una persona cuando lo fácil es mirar hacia otro lado.
Los protagonistas de esta historia no son héroes, al menos no en el sentido grandilocuente de la palabra. Son hombres y mujeres con miedos, con dudas, con una certeza que pesaba en sus conciencias cada vez que salían de casa. Sabían que su vida podía acabar en cualquier momento, que una noche cualquiera podía traer el estruendo de un coche bomba o el disparo seco de una pistola con silenciador. Y, sin embargo, eligieron quedarse.
La novela de Fernández Millán y Hermida Bouzas atrapa porque está contada con verdad. No la verdad fría de los informes policiales ni la de los titulares de la época, sino la verdad humana de quienes vivieron aquellos años en un terreno donde la línea entre la vida y la muerte se desdibujaba demasiado a menudo. Aquí no hay relatos edulcorados ni miradas complacientes. Hay tensión, hay miedo, hay una tristeza sorda que se cuela entre las costuras de la historia. Y también hay dignidad, la de quienes soportaron la indiferencia y el desprecio, la de quienes aprendieron a mirar por encima del hombro sin que se les notara el temblor en las manos.
Quizá por eso el libro está arrasando. Porque no es un ajuste de cuentas con la historia ni un ejercicio de revisionismo al gusto de nadie. Es literatura de la que deja huella, de la que remueve, de la que obliga a mirar de frente.
A estas alturas, con miles de ejemplares vendidos y una ola imparable de recomendaciones, hay algo que queda claro: este libro ha llegado en el momento preciso. Porque hay historias que no pueden permanecer enterradas para siempre, por mucho que algunos lo intenten. Y porque, a veces, basta con una novela para recordarnos que el pasado nunca se va del todo.