Esa extraña libertad que nos da Internet y la telefonía móvil

Esa extraña libertad que nos da Internet y la telefonía móvil

En los años de la Transición te consideraban un gran periodista si eras capaz de reclamar libertad en España y exigir a los poderes políticos una apertura para dejar decidir a los ciudadanos de forma parecida como ya se hacía en Europa. Hablar de libertad en este país siendo periodista era bastante aventurado y te daba calidad como tal.

Aquella libertad que tanto se reclamó, finalmente llegó, y hoy cada uno hacemos más o menos lo que nos parece bien sin perjudicar los derechos jurídicos del prójimo. Así las cosas, ahora hemos perdido parte de esa libertad y nadie dice nada, simplemente “gozamos” de ese sometimiento que nos ha llevado a estar pegado al teléfono móvil considerando una auténtica desgracia su pérdida, o la descarga de batería en un lugar lejano a una fuente eléctrica y, para colmo de males, que no tengamos cargador a mano.

Por otra parte, Internet es el complemento ideal para tener una mayor dependencia de nuestro smartphone y así conseguir ir por la calle mirando al celular y no a los coches que nos pueden atropellar, o a la farola que nos puede cortar el trayecto de forma abrupta con el consiguiente chichón. Es más, dicha falta de libertad nos lleva igualmente a depender de la televisión y dedicar más horas en ver series en Netflix que trabajando, o destinadas a nuestra familia o con los amigos.

¿Quién es capaz de apagar el teléfono y no ver los mensajes y obviar las respuestas de nuestro público a la última foto subida? ¡Nadie en absoluto! La diferencia de esta falta de libertad, a diferencia de la que se padecía en los años de la Transición, es que esta parece que nos gusta y la aceptamos, la de entonces la rechazábamos y luchábamos contra ella.

No obstante, dicho todo esto, la reflexión que cabe es considerar que ahora hacen con nosotros lo que quieren: modifican nuestra economía, nuestro comportamiento, influyen en nuestro carácter, nos manejan y nos conducen hacia destinos que le interesan más a otros que a nosotros mismos. Lo peor de todo es que somos incapaces de parar esta vorágine de falta de libertad hasta el punto de aceptar que otros decidan por nosotros en muchas decisiones trascendentales. Asumimos con agrado lo que tenemos que ver en televisión, cómo tenemos que comprar, qué tenemos que comprar, cómo deben ser nuestras relaciones con los demás, cómo debemos de estudiar y qué estudiar, cómo tiene que ser nuestra vida laboral y a qué nos tenemos que dedicar. Tenemos una Ley de Protección de Datos que, supuestamente, nos protege y es ahora cuando estamos más invadidos y con los datos propios que nos identifican en manos de los demás para que nos “conduzcan” hacia una realidad que le interesa más a ellos que a nosotros mismos. La libertad que tanto buscamos años atrás la tenemos más que perdida y al parecer la aceptamos.