La huida de la
población hacia otros núcleos costeros del municipio está provocando que desde
el Consistorio ejidense se hagan planteamientos diversos para evitar que tal
“éxodo” se produzca de forma continua y, para ello, es necesario que la
población encuentre en su lugar de origen aquellas cosas que desea, aprecia y
en definitiva le gusta. Tal es el caso de la mencionada fiesta aldeillense a
base de huevos y chorizo. Dicho esto, ahora viene el planteamiento que creo que
es necesario afrontar. Si es una fiesta deseada y muy participativa urge
hacerla más cómoda.
Entre 2.000 y
3.000 personas se dan cita entre las 13 y las 17 horas para degustar el menú
que cada año es el mismo: huevos y chorizo, acompañados de verduras frescas y
de postre sandía con sus respectivas bebidas. El primer problema es que no hay
sitio para todos y el público no tiene la cortesía suficiente como para
abandonar la silla y la mesa tras haber comido. Hay quienes consideran el lugar
conquistado en el recinto como el hueco en la playa o el remanso de aguas
cristalinas en el arroyo y lo mantienen en “propiedad” hasta que la voluntad de
marcharse irrumpe en el referido vecino que, en ocasiones, es tras cuatro horas
reposando la comida.
Mientras esto
sucede y el recinto está abarrotado, hay una cola de comensales al sol esperando
su turno para coger el plato con los huevos y el chorizo, el pan, la ensalada,
la bebida y la sandía para posteriormente abrirse camino a codazos en la caseta
municipal abarrotada de público, y así unas tres o cuatro horas que dura la
fiesta.
A todo esto,
los de fuera aguantando un insoportable sol de justicia y los de dentro una
temperatura de 30 grados centígrados o más, mientras una charanga irrumpe con
estruendo entre los pasillos de las mesas de los comensales intentando animar
una fiesta que termina siendo un cúmulo de incomodidades a pesar de su
espectacularidad y lo sabroso del menú.
Créanme, pero
les aseguro que si todos pudieran sentarse, disfrutar de la comida sin la
tensión de tener que pelear por una mesa, con menos grados de temperatura y
obteniendo sus tiques para la adquisición del menú sin soportar ese sol que
achicharra en mayo en el sur de España, mucha más gente disfrutaría de esta
fiesta y contribuiría a afianzar tradiciones en las que participan los vecinos
manteniendo de alguna forma esa sociedad que ahora se resquebraja por la
reubicación de muchos de ellos en otros lugares del municipio.
Para que la
fiesta de los huevos y el chorizo se mantenga en pie y no acuse notables
pérdidas de participación por parte de los comensales hay que hacer notables
cambios para que se gane en comodidad. Además, la fama que le precede a este
simbólico acto de degustación culinaria es tal que son muchos los que se
desplazan de todo el Poniente para disfrutar de esta comida.
Más huevos,
menos calor, menos horas al sol, más espacio y más comodidad, todo ello
provocará una participación masiva de miles de vecinos con la satisfacción
propia de unas patronales como Dios manda. Es de reconocer que los voluntarios
se dan la paliza del año para que todo salga bien, pero tal esfuerzo se ve
matizado por todos los inconvenientes citados.
Más huevos,
menos calor, menos horas al sol, más espacio y más comodidad, todo ello
provocará una participación masiva de miles de vecinos con la satisfacción
propia de unas patronales como Dios manda. Es de reconocer que los voluntarios
se dan la paliza del año para que todo salga bien, pero tal esfuerzo se ve
matizado por todos los inconvenientes citados.
José Antonio Gutiérrez